Educar es en sí mismo un acto de esperanza, no sólo porque se educa para construir un futuro, apostando a él, sino porque el hecho mismo de educar está atravesado por ella. Los maestros deberían tener siempre presente el enorme aporte que hacen a la sociedad en este sentido al entregarnos todos los días en su quehacer con nuestros niños adolescentes y jóvenes esta indicación fundamental, esta señal redentora y salvadora, la de la esperanza, con la que, todos los días, reparten el pan de la verdad, invitándonos a todos a seguir la marcha, a retomar el camino.