Ista quidem vis est? (¿Qué violencia es ésta?), reclamó César. Vino después la puñalada temblorosa de Servilio Casca, quien apenas alcanzó a herirlo en el hombro, le siguió la herida de Casio Longino, lo demás fue un remolino de ceguera para César; rodeado de los conjurados con los puñales al desnudo, quienes contagiados de un extraño temor, confundidos, empezaron a herirse entre sí, a mezclar sus sangres con la del hombre que estaban asesinando.
La estatua de Pompeyo fue testigo de las veintitrés puñaladas que acabaron con la vida del Imperator, del Dictator, del Pontifex Maximus, del Rex. El anillo de César rodó por el suelo ensangrentado... y su tintineo resuena en las páginas de este libro para que tú, lector, logres unir el fin con el principio de Cayo Julio César.