Los monstruos, en su deformidad implícita, encarnan la fragilidad humana, las anomalías de la carne y el espíritu, pero sobre todo del cuerpo. A diferencia de los fantasmas, los monstruos pertenecen al mundo material, sin tangibles y más que diferentes; únicos. Se saben rechazados, defectuosos. Por eso los que más nos gustan son aquellos que poseen cierta dimensión trágica. No importa que tan repulsivos sean, nos vemos reflejados en su soledad y tristeza. Todos somos el Dr. Jekyll, pero también, y al mismo tiempo, somos Mr. Hyde.