Tenían tanto polvo las cortinas de aquella casa, que al moverlas se oyó un estornudo. ¡Atchís! -¡Jesús!- dijo Inés. -Gracias- respondió alguien detrás de ella. Pero aunque miró a su alrededor no vio a nadie.
Estaba completamente sola en el salón de la casa deshabitada, de aquella casa de la que se decían tantas cosas, como lo de la habitación fantasma, que aparecía y desaparecía.