Pocos libros han tenido la significación histórica de La intrepretación de los sueños, de Sigmund Freud, aparecido en 1900; con él se abre no solamente un nuevo siglo, sino una nueva cultura humanística, centrada en la noción de la actividad inconsciente de la mente, territorio prácticamente desconocido para la mayoría de la gente.
Lo que causó más revuelo en aquellos tiempos, y lo sigue causando ahora, es la propuesta de Freud de que los sueños no son elaboraciones caóticas de una mente que reposa en la inconsciencia, sino que hay un cosmos en ese caos aparente, una razón en la sinrazón, un sentido y un propósito que son correlativos a los deseos del soñante, aunque muchas veces dichos deseos no sean la expresión de una voluntad que, siendo propia, no es aceptable para la conciencia despierta, pues lesiona, o por lo menos modifica, la idea que tenemos de nosotros mismos, que es como la faz visible de nuestra personalidad, aquello que nos gusta ser y que nos define socialmente.