Hombre de su tiempo, Jack London, se sintió fascinado, como Verne o Wells, con los que tanto tenía en común, por la idea de que la edad de oro del hombre no estaba en el pasado sino en el futuro.
Al igual que Wells, creía que el sueño del momento podía ser la realidad del mañana y prefirió, como Rousseau, correr el riesgo de equivocarse antes de dejar de creer en nada o de creer en utopías reaccionarias como las del "trepador" o superhombre burgués.
De Nietzsche aprendió que nada es tan negativo como el conformismo, y de Marx que es posible transformar el mundo. Ahora bien, el sueño de la transformación podía tener unas dimensiones inquietantes, sobre todo si las revoluciones eran, como lo fueron, traicionadas por la burocracia.