En la aurora del existencialismo moderno, Sóren Kierkegaard es un faro de rara e intensa luminosidad. Como San AgustÃn y Pascal, sus obras ofrecen una confesión de experiencias Ãntimas y profundamente dramáticas. Testimonio de ellas, Mi punto de vista refleja muy vivo el perfil biográfico kierkegaardiano. Entró en contacto con los clásicos griegos, pero sobre todo con la dogmática luterana de su tiempo, que en gran parte se alimentaba de la filosofÃa idealista alemana.
La relación con su padre fue de fundamental importancia en la vida espiritual de Sóren. Fue él quien le educó en la severidad del pietismo luterano y le inició en la dialéctica. Sin embargo, más decisiva que la relación con su padre, fue el compromiso y la posterior ruptura con Regina Olsen. La relación amorosa con Regina Olsen marcó la vida del filósofo. Hasta el momento de su muerte conservó su recuerdo, reflexión sobre la rectitud de su conducta, desde el inicio de su compromiso como hasta la separación.
El trabajo de Kierkegaard es poco sistemático de un modo intencionado y reúne ensayos, aforismos, parábolas, cartas ficticias, diarios y otras modalidades literarias. Muchos de sus ensayos fueron, al principio, publicados bajo seudónimos. Aplicó el término existencial a su filosofÃa porque la consideraba como la expresión de la vida individual examinada con intensidad, y no como la construcción de un sistema monolÃtico a la manera de Hegel, cuyo trabajo criticó en "Notas concluyentes no cientÃficas". Hacia el final de su vida, Kierkegaard se vio sumido en el núcleo de agitadas controversias, sobre todo con la iglesia luterana danesa, a la que consideraba mundana y corrupta. Sus últimos trabajos, como La enfermedad mortal (1849), reflejan una idea cada vez más pesimista del cristianismo que enfatiza al sufrimiento.