-¡Al ladrón! ¡Me han robado! -voceó un hombre a grito pelado señalándonos a Ron y a mí-. ¡Deténganlo! ¡Policía! Miré a mi amigo de reojo, que tenía la cara roja como una amapola. ¡Glub! ¿Qué había hecho? Ni idea, pero era obvio que era culpable. -¡Deténganlo! ¡Policía! -siguió gritando el hombre, corriendo hacia nosotros. Suspiré. ¿En qué lío me iba a meter ahora por culpa de Ron?